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11/7/2020 

Una investigación de la UBA reveló que el 65% de los argentinos asegura “estar peor” que antes y el 39% manifiesta que su vida cambió negativamente. Temor al futuro e incertidumbre. 


Ciudad de Buenos Aires (Argentina).- La cuarentena obligatoria comenzó a regir en Argentina a las 00 horas del viernes 20 de marzo. Más de cien días más tarde, el país está al borde de otra crisis de salud: el trauma psicológico que genera el aislamiento. Las agencias de salud y los expertos advierten que se aproxima una ola histórica de problemas de salud mental: depresión, abuso de sustancias, trastorno de estrés postraumático y suicidio.
 
Cuando las enfermedades atacan, dicen los expertos, proyectan una pandemia de lesiones psicológicas y sociales. Esta “sombra” a menudo es persistente a la pandemia por el virus y continúa atacando por semanas, meses e incluso años. Y recibe poca atención en comparación con la enfermedad, a pesar de que también devasta familias, daña y mata.
 
Según una investigación publicada en el Centro Nacional para la Información Biotecnológica de los Estados Unidos (NCBI por sus siglas en ingles), el impacto a largo plazo en la salud mental de COVID-19 puede tardar semanas o meses en ser completamente aparente, y manejar este impacto requiere un esfuerzo concertado no solo de los especialistas de la salud mental, sino del sistema de atención médica en general.
 
Recientemente, la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires (UBA), a través del Observatorio de Psicología Social Aplicada (OPSA), presentó el décimo informe de una encuesta denominada “Crisis Coronavirus”. La primera edición fue presentada incluso antes de que se estableciera la cuarentena obligatoria en el país y cuenta con una actualización constante cada diez días. Este último documento refiere a los 100 días de cuarentena en el país y cómo el confinamiento afectó a los ciudadanos argentinos en materia de salud mental, económica y de consideración de gestión política.
 
Según este informe, transcurridos más de 100 días de cuarentena, los indicadores negativos de salud mental siguen creciendo en intensidad y se sitúan en los valores más altos de toda la serie de mediciones. Todo el abanico de sentimientos y emociones negativas asociadas al malestar psicológico han crecido respecto de la medición al día 70 del confinamiento.
 
La incertidumbre, relevada en este estudio a través de tres preguntas diferentes, sigue apareciendo como el sentimiento omnipresente. Sin embargo, en contraste con la nube de palabras obtenida a los 70 días de cuarentena, se observa que, en términos relativos, la incertidumbre ha cedido un poco y han ganado centralidad palabras que remiten a emociones negativas más profundas y graves como angustia, tristeza y depresión. Al tiempo que aparecen palabras con significados más extremos que deben alertarnos, como “desesperación”. Espontáneamente, las palabras que aparecen con mayor frecuencia para describir un aprendizaje o experiencia positiva son: “nada/ninguna” (muy mayoritario) y “unidad/unión”.
 
“La dinámica y evolución de estas emociones parece confirmar nuestra hipótesis expuesta en el informe anterior, en el que señalábamos que la incertidumbre constituye el núcleo cognitivo-emocional sobre el que se anclan y desarrollan el conjunto de las emociones negativas, que crecen al amparo de las incertezas que invaden todos los aspectos esenciales de nuestras vidas”, advierten los investigadores.
 
Y aseguran: “En tal sentido, la incertidumbre inhibe la construcción de nuestros proyectos de vida, nos impide tener una visión de futuro. Hoy no sólo estamos encerrados en nuestros hogares 24x7, lo cual ya es perturbador para todas las relaciones interpersonales y familiares, sino que asistimos con perplejidad e impotencia al derrumbe económico del mundo exterior. Por eso afirmamos que no es sólo el encierro, es fundamentalmente lo que estamos viendo sobre el mundo que nos espera cuando al fin podamos salir”.
 
En contraste con los resultados del estudio anterior (a los 70 días), se observa que han escalado posiciones todo el espectro de emociones negativas como “temor al futuro”, “angustia”, “bronca” y “desesperanza”; al tiempo que han quedado en los dos últimos lugares “optimismo” y “tranquilidad”. Esto lleva a hipotetizar que la incertidumbre ha comenzado a catalizar gran parte de los otros sentimientos y emociones negativas. Esta invade todos los ámbitos de la vida (salud, trabajo, familia, economía, proyectos de vida, etc), y constituye una verdadera “incubadora” de inseguridad, estrés, ansiedad, angustia y temor al futuro.
 
“La incertidumbre es lo peor que le puede pasar al sistema mente-cerebro. Si hay algo con lo que este no se siente cómodo es con las incertezas. El tipo de incertidumbre que vivimos los argentinos hoy tiene dos agravantes: por un lado, que ya paso mucho tiempo y por lo tanto es una incertidumbre que demora todos los planes y proyectos que el ser humano necesita y está acostumbrado a realizar; y por el otro, que esta incertidumbre es multidimensional”, explicó Gustavo González, director del Observatorio de Psicología Social Aplicada de la Facultad de Psicología de la UBA y uno de los líderes del informe.
 
Para el especialista, sobre esta “ceguera del futuro” nuestra mente trabaja llenando los agujeros negros de nuestro conocimiento de ideas, presentimientos, creencias entre negativas y catastróficas, alimentando así la ansiedad y la angustia por el provenir. “Frente a un mundo incierto el ser humano tiende a la parálisis, a no tomar decisiones o tomar a las incorrectas, basándose en predicciones sobre lo que pueda llegar a pasar”, sostuvo González.
 
La percepción de bienestar general también arrojó resultados preocupantes: el 65% de la gente señala “estar algo peor” (40%) o “mucho peor” (25%) que antes de la crisis de COVID-19. Y el 39% manifiesta que su vida cambió negativamente y ve con desesperanza su futuro. Estos son valores superiores a la medición anterior.
 
Asimismo, se observa que los niveles de ansiedad, depresión y pérdida del sentido de la vida son más altos entre los más jóvenes. El caso más diferenciado, para las tres variables, se presenta en el segmento de 18 a 29 años.
 
El índice «Pesimismo-Optimismo» se ha mantenido en el mismo nivel que en las tres últimas mediciones, aunque se observa en esta medición una leve tendencia a la baja (pesimismo), lo que evidencia que los argentinos seguimos con una mirada y expectativas más bien negativas en torno a la pandemia COVID-19 y sus efectos sobre distintas dimensiones de nuestra vida futura.
 
Creencias sobre la duración de la pandemia y temor al contagio
 
Un importante porcentaje de la población (42%) estima que la pandemia durará todo el 2020 y parte del 2021. En detalle, un 19% cree que la pandemia estará entre nosotros de 7 meses a 1 año, mientras que un 23% estima que durará más de un año.
 
A su vez, un 45% cree que la pandemia irá empeorando gradualmente y un 8% estima que devendrá rápidamente en una situación incontrolable. Es decir, 5 de cada 10 poseen una prospectiva negativa en cuanto a una duración prolongada y un empeoramiento de la crisis.
 
Respecto al temor al contagio, una gran mayoría (73%) señala que está entre “muy asustada” (27%) y “un poco asustada” (46%) por la posibilidad de contraer el COVID-19. Estos indicadores aumentaron respecto a la medición anterior.
 
La conjunción de estos tres factores, la creencia de que la pandemia durará mucho, que irá empeorando y el temor al contagio, configuran una “red de ideas en el sistema de creencias” que explica la razones del impacto en la salud mental ya referido.
 
Las preocupaciones están divididas, casi en proporciones similares, entre la salud física, la salud mental y las consecuencias que la cuarentena prolongada tendrá sobre la economía personal. Es importante resaltar que un 30% señaló como su primera preocupación a la salud mental, lo cual debería interpelar a los responsables gubernamentales de diseñar programas de salud mental y hacer tomar conciencia de la necesidad de implementar medidas de contención psicológica.
 
El ranking de preocupaciones es muy diferente si se segmenta por rangos etarios y por clase social. Los más jóvenes son los que presentan menor preocupación por la salud física y más alta preocupación por la economía, al contrario de lo que ocurre entre los adultos mayores. Por clase social, se observa que en los estratos más vulnerables la preocupación por lo económico es lo principal, con baja preocupación por la salud física. Mientras que en los estratos más altos sucede lo contrario.
 
“La desgracia económica genera mucha depresión. Ya no es solamente ansiedad y angustia, sino depresión. Estudios de la época del 2001 demostraron que había una fuerte relación entre grandes períodos de desocupación y depresión. Cuanto más tiempo en desocupación pasaban las personas, tenían una depresión más severa. Es ingenuo y de un optimismo irreal pensar que a las personas nos les va a ocurrir algo realmente serio a nivel de salud mental”, concluyó el experto.

En síntesis

Desde la perspectiva de la salud mental, la cuestión clave que debería abordarse es el diseño e implementación de un programa de salud mental integral con el objetivo de contener y mitigar el malestar psicológico que están experimentando la mayoría de los argentinos. Es indudable que el tiempo juega en contra, y que cuanto más se extienda la estrategia de una cuarentena estricta como única medicina contra el COVID-19, más graves serán las consecuencias sobre la salud mental, acrecentándose el riesgo de que los indicadores de malestar psicológicos deriven en crónicos y luego sea mucho más compleja y difícil la reversión de la situación. 




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